Gracias por venir.


Gracias por pasar por aquí.

El amor es esa enfermedad incurable,
que produce estados de dulce melancolía
y de sueños despiertos.
Dejo aquí mis síntomas, en forma de poemas,
escritos, dibujos, canciones...

Estás en tu casa. Ponte comod@.
Me gustan las críticas sinceras.
Espero que disfrutes.

miércoles, 27 de junio de 2012

Azul cielo

Desapareció tu bosque Hoy he estado
mirando las ramas obscenas de los besos
caminando la tierra herida y pobre
buscando cauces de ríos que fueron tuyos
Ni musgo queda


Desapareció tu playa Hoy he nadado
la espuma que mancharon nuestros cuerpos
Buceando las aguas rotas y salvajes
Esperando la arena que te atestigua
Ni un grano queda


Desapareció tu calle He deambulado
por barrios donde encontré tus fantasmas
Doblando esquinas y miradas con los dientes
Rastreando edificios y sus sombras viejas
Ni un portal queda


Desapareció tu cielo Cielo y con tu cielo
el cielo de tus ojos color cielo
Azul es Nada.

lunes, 18 de junio de 2012

Sin as de corazones

     Soledad estaba durmiendo y se murió. Por las buenas. Como si hubiese decidido pasar de una pesadilla a un sueño sin despertar. Quizá porque cada vez que abrió los ojos, mientras fue una viva, se llevó una hostia, o tres, o trece.

     Angustias contaba a a las vecinas que su hija se había muerto aposta, pero sin querer.
-Pero mujer- le preguntó la portera -Alguna enfermedad mala tendría. Yo siempre la veía pálida, triste y ojerosa, como a ti-.
-Pues claro que tenía una enfermedad bien mortal- contestó la mujer señalando la calle, mientras se le encendía el rostro -Manolo. El hijo de puta de Manolo, se llamaba su mal-.
-¡Buena estás! Si al Manolo ni se le siente al bendito hijo mío. Y con lo que hemos hecho por tu Soledad-.
-¡Mira que te atizo!- dijo Angustias levantando el bolso.
-Tú, desde que saliste de la cárcel estás aún peor. ¡Asesina!-.
Y Angustias atizó.
Y cuando la portera la llamó puta loca, volvió a atizar.
Y antes de subir al piso de su hija,  volvió a atizar.

     Tenía Soledad seis años cuando, un día caluroso de primavera, casi a final de curso, tuvo que ir a la escuela con unas preciosas manoplas rosas de lana, regalo de su padre. Lo que más le dolió no fueron las risas de sus compañeros, sino que la maestra le pidiera que se las quitase.
-No puedo, señorita- dijo la niña sollozando- mi papá dice que si me las quito me cortará las manitas-.
-Anda cariño, sé buena- y cariñosamente, la maestra se las sacó, al tiempo que gritaba ante la visión de la masa informe de ampollas que supuraban entre el pésimo vendaje.
     Su padre le había metido las manos en agua hirviendo, cuando la sorprendió jugando con los cigarrillos que andaba buscando.

     Tras nueve operaciones en nueve años de sufrimiento, sus manos no parecían manos, aunque logró recuperar la movilidad en algunos dedos -Suficiente para lo que vas a hacer con ellas- le dijo en alguna ocasión Manolo. Su madre fue a prisión, aunque logró recuperar algo de resuello, y su padre fue a la tumba, donde recuperó su esencia pútrida.

     Tenía Soledad dieciséis años cuando un día caluroso de primavera, casi a final de curso, un Sábado en que su novio la dejó sola en mitad de uno de sus paseos, para ir al bar; decidió acercarse hasta casa de su primo Luis con el que acostumbraba a jugar desde que eran niños.
     Se sentaron al pie de un almendro, al que no le quedaban flores, y andaban charlando y riendo cuando apareció la figura de Manolo, tambaleante, con una sonrisa torcida.
-¡Puta!¿No tuviste bastante ayer?-farfulló mientras trataba de quitarse el cinturón.
Luis se tiró contra él pero, aun borracho,  Manolo era más fuerte y Luis recibió un par de puñetazos en el rostro que le dejaron inmóvil junto al árbol.
    Soledad no lloraba, mientras recibía un correazo que se le marcó en el pecho, otro latigazo que le partió los labios y un golpe con la hebilla que le hizo perder la visión de su ojo derecho para siempre. - Con uno tienes suficiente para lo que tienes que ver- le dijo Manolo en alguna ocasión.

     Soledad nunca volvió a mirar a nadie, llevó la  media mirada fija en el suelo, junto a sus pies.
Nadie volvió a escuchar jamás su voz.
     Angustias recriminó a su hija, en una visita de ésta a la cárcel, que se fuese a casar con el cabrón que tenía por hijo la portera pero, por aquel entonces, Soledad no estaba ya en el mundo. Sólo estaba su cuerpo maltrecho. El resto había fallecido a golpe de cinto y puño.

     Tenía Soledad veintiséis años cuando, un caluroso día de primavera, casi a final de curso, se dejó vestir de blanco por la portera y sin saber cómo; con un precioso velo que le cubría el ojo vacío y la calva de una cicatriz que le dejó un botellazo, con unos elegantísimos guantes inmaculados que ocultaban sus atrofiadas manos, con una sonrisa descendente y perpetua que le había dejado la desesperanza; se encontró junto al altar con Manolo.
-Sí, quiero- negó con la cabeza.
     Esa misma noche su reciente marido, beodo, la violó con tal saña que su sexo murió, mientras le pegaba, con violencia inaudita, a cada mudo quejido.
     El día más feliz de su vida, le dejó como recuerdo un anillo incrustado entre  bultos, una cara de exquisito color cárdeno y un dolor imposible.
     
     Cuando Angustias salió de prisión, lo primero que hizo fue ir a ver  su hija, cuyo aspecto le hizo llorar y, sentada a su lado, cogiéndole una deforme manita le dijo - Mi niña, cada uno nacemos con una baraja y en las nuestras había más de un as de bastos y ninguno de corazones.  Vendrás conmigo lejos de aquí y aprenderemos a soñar de nuevo-.
     Angustias se marchó, antes de que llegase Manolo de trabajar, prometiendo volver al día siguiente a por su hija.

     Soledad se desnudó y se acurrucó entre las sábanas, cerró los ojos, y se agolparon en su sueño los besos de su padre, los juegos con él en el parque, las caricias y las risas de su Manolo corriendo con sus hijos de la mano, su querido escenario y sus conciertos al piano.

     Cuando llegó Manolo, intentó despertarla de un cariñoso mamporro que le saltó algún diente, pero no lo logró y, asustado, salió en busca de una botella.
     Antes de cruzar la calle alguien le descerrajó un tiro en plena cara que le derribó agonizante sobre la acera.
     Angustias colocó el arma en la mano de él y entró en el portal.

     Soledad estaba durmiendo y se murió. Por las buenas. Como si hubiese decidido pasar de una pesadilla a un sueño sin despertar, quizá porque su baraja no tuvo un as de corazones.     

     

martes, 12 de junio de 2012

Discúlpame si estoy triste

Ya lo ves estoy triste
Quizá porque quisiera ofrecerte algo que no tengo
porque leo en tu rostro el miedo a fracasar
porque la angustia me ha arrancado la risa de cuajo


Es verdad Estoy triste
Tengo atosigado el pensamiento
dolientes los extremos de la respiración
y en el centro una luna vomitando sangre


Tú sabes que estoy triste
Que esta forma de gemido no es mía
Observas desde el amor esperanzado
y me dices sonriente -Te siento triste-


Discúlpame si estoy triste
Si me paseo lúgubre por tus entrañas renacentistas
con tanto viento


Sabrás que no estoy triste
cuando ascienda de las profundidades en las que aún buceo
para sonreírte el beso exacto.

martes, 5 de junio de 2012

De azúcar libertino

Tan indigno de ti, casi proscrito,


y a la vez deshecho de tu risa
genésica, instintiva, casi loca, 
que me ofreces orillas de tu boca,
una y otra vez, y otra. Sin prisa.


Al cabo de ajustadas madrugadas
de llantos y temores encogidos, 
bañamos nuestros cuerpos malheridos,
con mieles de dulzura imaginada.


Me gustas de azúcar libertino.
De algarada de lenguas y caricias,
te sueña, agradecido, mi destino.


Me gusta la entretela de tu esencia.
Las postales que envías desde el alma,
liberan de vergüenzas mi conciencia.